Daniel García - Redactor de www.desdefondosur.com |
Hoy, tras ya una década siendo fiel al equipo con el que crecí, la Unión Deportiva Salamanca, aún sigo sin ser capaz de expresar las sensaciones que me recorren el cuerpo cuando veo un partido de mi equipo. Y quizá, en estos duros momentos, probablemente los más duros de la historia para la Unión, sea bonito recordar estos sentimientos que el fútbol nos ha permitido vivir. Y todo comienza pronto, cuando el sonido del silbato del colegiado decreta el comienzo del encuentro. Automáticamente, el corazón aumenta su ritmo de latidos mientras la cabeza visualiza hasta qué posición escalará el equipo si consigue la victoria. Durante los 90 minutos, uno espera ansioso el primer gol. Existen muchas formas de celebrar un gol, pero la más emotiva, siempre es la de abrazar a tus amigos -en ocasiones, incluso a personas con las que apenas has intercambiado palabra alguna vez-, porque el fútbol, aunque muchos no lo crean, une. No importa que el equipo vaya perdiendo cuando inaugura su casillero, porque uno, lo celebra igual, pensando en los goles que restan para salir airoso del partido con los tres puntos en el bolsillo. Porque, la sensación que te recorre el cuerpo tras remontar un partido, sí que no se puede describir. Cuanto más sufrido es el triunfo, mayor es la alegría de haberlo conseguido.
Viendo a la Unión, he vivido momentos que me han hecho sentir cosas que nunca antes había experimentado. Quizá sean esos cosquilleos que te recorren el cuerpo y que te hacen temer lo peor cuando el rival cuelga un balón al área en los últimos instantes de partido, poniendo en peligro la victoria y haciendo que, por un momento, pienses que todo el esfuerzo derrochado por el equipo para adelantarse en el marcador no haya merecido la pena. O esa sensación de euforia cuando te levantas exaltado a aplaudir la garra que está poniendo en el césped uno de los jugadores, dejándose el alma por el equipo. ¿Y qué me dices de ese momento en el minuto noventa, en el que el portero hace su duodécima parada, poniendo en pie el estadio? Aunque la sensación que sientes cuando tras el pitido final, los aficionados no se marchan del estadio, sino que se quedan a agradecer al equipo el esfuerzo que ha derrochado por la victoria no se queda atrás. ¿Y ese momento en el que todo el estadio se levanta eufórico para aplaudir ese cambio hecho por el entrenador, con el único objetivo de permitir que el jugador se lleve la ovación por parte de la afición que tanto se merece? Incluso esa expulsión injusta a un jugador que no se lo merecía, que te permiten agradecer con aplausos su gran labor en el campo, incluso habiendo sido expulsado.
Porque no todo el mundo conoce qué es lo que se siente en las muñecas cuando llevas 90 minutos animando sin cesar. Tampoco todos pueden considerarse afortunados por haber tenido el placer de vivir esas conversaciones de vuelta a casa, en la que comentas el partido con tu hijo al subir al coche, asombrado por lo feliz que está mientras escuchas el resto de resultados en la radio. O simplemente las discusiones que en unos años recordarás con nostalgia con tus amigos de camino a casa, siempre que te quede algo de voz. Porque gracias al fútbol, te has dado cuenta de que no sólo animar desgasta la garganta, silvar las embestidas del rival también lo hace. Porque lo que hace grande a un equipo, además de todos sus títulos, es su afición, y aunque la afición charra no sea de las más numerosas, me siento orgulloso de ser salmantino y unionista.
Adicto al olor a césped que se inspira en el ambiente cada domingo, uno vive experiencias que aún no había protagonizado, que le llevan a coger cada vez más aprecio y estima al equipo. Y aunque en la sociedad actual no esté reflejado así, en el fútbol no priman los títulos, sino las alegrías y tristezas que vives detrás de cada partido. Porque todo esto me ha recordado que todavía quiero vivir esos desplazamientos masivos en los que una afición se apodera de una ciudad entera como sucedió en Vitoria, que quiero vivir ese momento en el que la llegada del autobús del equipo visitante parece la llegada del equipo local, que quiero vivir un apoyo masivo en el entrenamiento del equipo antes de un partido importante, que quiero vivir aventuras apasionantes que en un futuro, pueda contar a mis hijos y a mis nietos, y que quiero vivir juergas y más juergas tras la victoria de mi equipo a domicilio. En definitiva, que quiero vivir momentos que no los puedo vivir de otra forma si no son gracias a la Unión. Y tal vez en Segunda B no los podremos vivir a lo grande, pero sí viviremos detalles que nos hacen grandes, y quién sabe si, quizá en un futuro, estos momentos los viviremos en Primera y a lo grande.
Tras nuestro angustioso descenso, si alguna vez pudiera pedirle algo al fútbol, sólo le pediría una cosa: que la Unión, algún día, me haga llorar otra vez, pero de alegría.
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